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jueves, 3 de mayo de 2018

Belkys Ayón, artista cubana inspirada por Abakuá



El 8 de marzo de 2018, la edición en español del New York Times publicaba "Belkis Ayón, la artista cubana inspirada por Abakuá, una sociedad secreta para hombres", título que acortamos para el blog. Al inicio, Sandra E. García, asistente en la oficina de Express del NYT, escribía: Este obituario forma parte de Overlooked un proyecto de The New York Times que busca destacar las vidas de aquellas personas que dejaron marcas indelebles en la historia pero fueron desatendidas en nuestras páginas al fallecer.



En 1993, la grabadora cubana Belkis Ayón, conocida por su estilo característico basado en el collage y una obra que refleja la religión afrocubana abakuá, fue invitada a exponer en la Bienal de Venecia, en Italia. Y estaba decidida a presentarse ahí, a pesar de los obstáculos en su país natal. Cuba atravesaba una depresión económica, era una época oscura e incierta, con una fuerte escasez de alimentos y de combustible.

Ella y su padre, sin otra manera de llegar al aeropuerto -que estaba a 32 kilómetros de su casa en La Habana-, se montaron en sus bicicletas y comenzaron a pedalear. Ayón se adelantó a su padre, quien llevaba las obras de la artista amarradas a la bicicleta; ella logró llegar al aeropuerto a tiempo de abordar, pero su padre no ni tampoco su obra (aunque ésta al final sí logró hacer el viaje).

Para Belkis Ayón, quien nació el 23 de enero de 1967 en La Habana, el arte era su forma de comunicarse. “Es la vía, la manera, la solución que encontré para decir lo que quería”, dijo en una entrevista publicada en la revista Revolución y Cultura en febrero de 1999.

De pequeña, la abundante energía de Ayón dejaba exhausta a su madre. Cuando tenía 5 años, su madre la inscribió en un programa de arte en la biblioteca Máximo Gómez. Belkis floreció y comenzó a participar en concursos nacionales e internacionales, en las que ganó premios y reconocimientos. En 1976, un trabajo suyo fue presentado en un concurso de pintura infantil en Hyvinkää, Finlandia. Fue la única niña en ganar un premio, el segundo lugar, dijo su hermana Katia en una entrevista.

Su uso de la colografía, un método de impresión gráfica que implica la aplicación de materiales sobre una placa en lugar de tallar su superficie, llevó a la artista por todo el mundo. Sin embargo, aun cuando viajaba, “a Belkis le gustaba divertirse y salir con sus amigos de la escuela. Era suficientemente madura para poder hacer ambas cosas, y todos nos maravillábamos ante su habilidad. Le seguía gustando pasar tiempo con sus amigos en casa. Le gustaba cocinarles su plato favorito, espaguetis con jamón y queso", recordó su hermana.

A los 19 años, Ayón comenzó a estudiar en el Instituto Superior de Arte. Cuando se graduó, se volvió parte del profesorado. A los cubanos rara vez se les otorgaban permisos para viajar, pero Ayón pudo hacerlo gracias a su obra. Al regresar, llevaba consigo materiales y revistas para sus estudiantes. Les obsequiaba cosas que no se podían encontrar fácilmente en Cuba, una muestra de su calidez y generosidad.

Su arte era estoico, menos colorido -trabajaba casi exclusivamente en tonalidades de negro, blanco y gris-, pero no por ello menos impresionante. Su obra se centraba en Abakuá, una fraternidad religiosa secreta.

Los personajes femeninos en la obra gráfica de Ayón no tienen boca, a fin de representar la ausencia de mujeres en la religión Abakuá. A las mujeres no se les permite participar en esa sociedad, pero para la artista, no dejaban de estar presentes. Dijo que su obsesión con Abakuá fue producto de la curiosidad. Para ella, el tema tenía “más que ver con la vida que con la religión”, según dijo en 1999. “Me interesa sobre todo el cuestionamiento de lo humano, ese sentimiento fugaz, lo espiritual”.

Cristina Vives, curadora cubana y amiga de Ayón, conjuró Nkame, una retrospectiva de Belkis Ayón  en el Museo Kemper en Kansas City, Misuri. Vives dijo que Ayón era “una maestra de la colografía”.

“Las texturas que logró eran de una variedad increíble; las sutilezas en la degradación de tintas en toda la gama de negros a grises; la limpieza de los espacios en blanco era exquisita”, comentó la curadora.

Ayón creía que los ojos en sus obras eran la parte más cautivadora de sus piezas, algunas de las cuales son de tamaño mural. La blancura de los ojos crea un fuerte contraste con los negros y los grises que inundan su obra. “En realidad, los ojos en mi obra son lo que impresiona a la gente, lo que les intriga, porque son ojos que te miran muy directamente”, mencionó Ayón en su entrevista de febrero de 1999 en Revolución y Cultura. “Entonces creo que no te puedes esconder, dondequiera que te muevas ellos están ahí siempre mirándote, están ahí haciéndote cómplice de lo que estás viendo”.

Según Cristina Vives, la obra de Ayón “trascendió la bidimensionalidad y la escala cuasidoméstica de la colografía tradicional, al crear una instalación tridimensional”.

El crítico de arte del Times, Holland Cotter, hizo una reseña de NKame”en 2017 cuando se presentó en el El Museo del Barrio de Manhattan. Comentó que, durante un tiempo, los grabados de la artista se “insertaron en una categoría ‘latinoamericana’, que limitaba su alcance”. No obstante, agregó: “Si se trata de Ayón, lo mejor es ser cauteloso con la interpretación. No hay nada simple en su arte y la investigación respectiva apenas comienza”.

El gobierno cubano era receloso del arte religioso aunque, según su hermana, la obra gráfica de Ayón nunca fue blanco de ataques, y eso no cambió los sentimientos que Ayón profesaba hacia Cuba. “Se sentía muy orgullosa de ser cubana”, declaró Katia.

Vives resultó ser la salvadora de la presentación de Ayón en la Bienal. Cuando se enteró de que la obra de su amiga no había llegado a Italia, buscó quien la trasladara: encontró a una mujer italiana que iba a viajar de Cuba a Milán y se lo pidió. Dos días más tarde, el cuadro Pa'que me quieras por siempre, llegó a la Bienal. Esa pieza es parte de la exposición Nkame, y Vives se refiere a ella como la gema de la muestra.

Belkis Ayón se suicidó en su casa el 11 de septiembre de 1999, a los 32 años. Su familia y amigos desconocen el motivo. Equiparan su grandeza como artista con su vulnerabilidad.

Es posible que la vastedad de su obra pueda llenar algunos huecos. “Son cosas que tengo dentro y que echo para afuera porque son cargas con las que no se puede vivir ni se pueden arrastrar”, dijo de su arte el año en que murió. “Quizás sea eso la obra. Al cabo de tantos años me doy cuenta del desasosiego”.

Sandra E. García
The New York Times en Español, 8 de marzo de 2018.
Fotos: Belkis Ayón en 1998, en la galería Couturier en Los Ángeles, frente a su obra Perfidia, que hanía terminado ese año. Cuadro La cena, donde Ayón hizo una reinterpretación de la última cena bíblica con la princesa Sikán en el papel de Jesucristo. Tomadas del texto original.

Nota de Tania Quintero

En 2002, mi hijo Iván García y yo redactamos a cuatro manos un trabajo sobre el racismo en Cuba, lo titulamos Quimera negra. Cuando el 18 de marzo de 2003, Fidel Castro puso en marcha la mayor oleada represiva hasta ese momento llevada a cabo en la isla, y que encarceló a un centenar de disidentes y periodistas independientes (después la cifra bajaría a 75), ante las dificultades para seguir reportando y escribiendo normalmente y para poder mantener el espacio que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) le había dado en su web a Cuba Press y a su director Raúl Rivero (en ese momento preso en la cárcel de Canaleta, Ciego de Ávila), Iván y yo decidimos dividir en dos el extenso texto y enviarlo a la SIP. El suyo se tituló Prisioneros de su raza, y el mío, A flor de piel, que inicié con esta dedicatoria:

A Belkis Ayón, donde quiere que su espíritu esté.

Cuando aquel día de 1999 Belkis Ayón, 32, se suicidó de un tiro, Cuba no sólo perdió a uno de sus valores más consagrados en las artes plásticas: las mujeres negras de la isla perdimos a una de las nuestras que a base de talento, no de sexo, había logrado llegar a imponerse. Además de joven, Belkis era hermosa, alegre, sociable, optimista y desprendida. Y vivía orgullosa de su raza.

A la nieta de Felito Ayón (hombre que mucho tuvo que ver con el nacimiento del feeling en la cancionística nacional) no la conocí personalmente, sino a través de sus apariciones en la prensa. Su obra tuve oportunidad de conocerla en la segunda planta del Museo Nacional de Bellas Artes.

Nuestra isla está llena de morenas talentosas como Belkis Ayón. A simple vista, volibolistas y atletas, cantantes y bailarinas, artistas y músicas. Sin publicidad, hay infinidad de médicas, enfermeras, ingenieras, abogadas, técnicas, trabajadoras, secretarias, profesoras de niveles superiores, maestras de primaria, auxiliares pedagógicas y educadoras de círculos infantiles.

Negras como el azabache o jabás, colorás o chichiricús, moras, indiadas o achinadas, resultado de un cruzamiento de razas aún inconcluso. Cubanas todas de cualquier tonalidad que pudieran ocupar sitiales altos en la economía y la política si la sociedad se desprendiera de las costras de machismo y prejuicios a flor de piel.

En 2012, en El blog de Iván García y sus amigos en varias partes, se reprodujo A flor de piel, con este título La mujer negra cubana: prejuicios a flor de piel y Prisioneros de su raza. En la década de 1960 conocí a Felito Ayón, el abuelo de Belkis. Era íntimo amigo del abogado Rafael García Himely, quien fuera mi esposo y padre de mis dos hijos, Iván y Tamila García Quintero.

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