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viernes, 5 de febrero de 2016

El último judío de Palma Soriano



Esta historia estuvo pendiente de contarse a petición de su protagonista, el judío Jaime Ganz Grin, pues según declaró al periodista, “tengo miedo a represalias del gobierno y los nuevos rabinos cubanos, pero ahora que mi vida se acaba quiero revelar lo que ha sido mi vida judía en Cuba”.

Hijo de un sobreviviente de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, Jaime llegó a Cuba con su familia en 1949 y todos se asentaron en Palma Soriano, municipio de la provincia Santiago de Cuba, a unos 860 kilómetros al este de La Habana. Allí abrieron una tienda de ropa que les fue bien y gracias a la cual lograron una solvencia económica por aquellos años.

“Es cierto lo que dicen de los judíos: somos ahorrativos. Para nosotros un centavo es un peso y un dólar mil. La tienda prosperó porque gastábamos lo justo. Además hacíamos préstamos con interés, lo que era un riesgo, pero mi padre decía que el valor del judío es oro y siempre nos fue bien”, cuenta.

Vive en la misma casa, grande y de puntales altos, carcomida por el tiempo y el abandono. Tiene muchos libros, entre ellos uno de su coautoría llamado Atlas del judaísmo en Cuba, que me obsequia.

Lo escribió junto a Eugenia Farín Levy y Conrado Pérez Maletá, y fue publicado por la Editorial Oriente en 2009. Cuenta la historia de la comunidad judía en Cuba, comenzando con la ayuda recibida por Colón de sus amigos judíos, que le ofrecieron fondos, mapas y cartas marinas para su viaje del descubrimiento. En la expedición transoceánica vinieron varios judíos, entre ellos Luis Torres, a quien se le atribuye el mérito de dar a conocer en Europa el uso del tabaco.

“Los primeros judíos que llegaron a Cuba huían de la Inquisición, fomentaron el cultivo de la caña de azúcar y el tabaco. Durante los siglos XVII y XVIII sostuvieron vínculos con el comercio de contrabando. Incluso el obispo de Cuba Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, falleció en 1768 volteado hacia la pared (actitud que adoptan los fieles de la fe mosaica en su último momento), recitando el Shemá Israel Adonay Elojheinu Ehad: Oye pueblo de Israel”.

La incidencia judía en las guerras independentistas cubanas fue notable. Ahí están los ejemplos del comandante Luis Schlesinger, un judío húngaro que desembarcó en 1851 con Narciso López; del mayor general Carlos Roloff, jefe de las tropas cubanas en Las Villas; del capitán Schwartz, ayudante del general Calixto García, o la comunidad hebrea de Cayo Hueso, que recaudó fondos para ayudar a José Martí en su guerra necesaria.

Tras la independencia de Cuba del colonialismo español, comienzan a llegar a la Isla muchos judíos procedentes de Estados Unidos, y en 1906 fundan en La Habana la primera comunidad judía: United Hebrew Congregation. Posteriormente arriban judíos desde Turquía y otros países balcánicos y en 1914 crean la Hebrea Chevet Ahim. Durante la década de 1930, judíos procedentes de Alemania, Bélgica y Austria que huyen del terror nazifascista en el viejo continente, encuentran refugio en la Isla.

En los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial se estableció en Cuba el mayor número de judíos de toda la historia: 16,500. Entre ellos se encontraban Jaime y su familia. Numerosas sinagogas se establecieron a todo lo largo del país y se organizaron instituciones de carácter benéfico y de ayuda mutua entre los asociados hebreos, posbilitando el desarrollo de su vida social y cultural.



A finales de 1959, los judíos se hallaban establecidos en más de noventa ciudades y pueblos del territorio nacional. En La Habana radicaba el 75 por ciento, con una notable actividad periodística, literaria e intelectual.

Los cambios radicales ocurridos luego del triunfo de la Revolución afectaron económicamente a la mayoría de los judíos. Su nivel de vida entonces era considerado de clase media y algunos sobresalían entre las personas más adineradas de Cuba.

Las primeras medidas implantadas, como la desmonetización del dinero circulante y la nacionalización de empresas privadas, perjudicaron severamente a los judíos. Fue el inicio de un éxodo progresivo hacia Estados Unidos, Isreal y países de Latinoamérica.

“Este éxodo provocó que en los años 90 quedara sólo un 10 por ciento de la comunidad judía, y en 2009 se estimaba en solo 1,200 el total de judíos viviendo en Cuba. A partir de 1991 comenzó un proceso de reanimación para acercar a los fieles que se habían alejado. Se abrieron nuevos espacios de estudio, seminarios, cursos. Demasiado tarde: el daño infligido fue muy grande”.

En un pequeño patio interior, Jaime cultiva calabaza, plátano y maíz. Con eso se sustenta. Ha escrito un testimonio, El Tzadir de Kishinev, la historia de su abuelo, quien en Polonia luchó contra las violentas manifestaciones antisemitas que culpaban a los judíos de los desastres naturales, las epidemias y las agudas crisis económicas en el antiguo y vasto imperio zarista.

“Mi abuelo sufrió una brutal golpiza que casi lo mata. Sobrevivió junto a mi padre tres inviernos en un campo de concentración nazi. Cuando logramos llegar a Cuba en 1949, compramos esta casa y montamos la tienda. Pero cuando nuestros sueños judíos comenzaban a materializarse, apareció la revolución. Nos cerraron la tienda y el miedo de volver al terror del que habíamos escapado se apoderó de nosotros. Terminamos hundidos en la marginalidad, la turbación, la locura... Esta casa era lujosa y la tienda siempre estaba concurrida. Hoy es desolación y hastío”.

Jaime no tuvo descendencia, ocupado en sobrevivir, apuntalar la vivienda que se desmoronaba y enterrar a sus muertos en el cementerio judío de Santiago. “De la tienda solo queda el espacio vacío. Hasta los anaqueles de madera tuve que utilizarlos como leña para poder cocinar en el fogón”. Y termina confesando:

“Tenía miedo de hacer pública mi historia, porque ahora el gobierno y los nuevos rabinos intentan borrar el pasado. Pero en estas navidades lo vi todo claro. Voy a morir pronto y he decidido hacerlo como un judío: trabajando hasta mi último instante. Revisando el testimonio, corrigiendo, sintetizando, para dejar una obra auténtica. Un alegato de lo que hemos sufrido los judíos, para que no se olvide”.

Texto y fotos: Frank Correa
Cubanet, 31 de diciembre de 2015.

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