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miércoles, 29 de julio de 2015

Con 82 años, Petra sigue lavando y planchando para la calle



Berta Pérez tiene 82 años, aunque aparenta más edad. Con su extrema delgadez nadie imaginaría que esta amable señora lava y plancha bultos de ropa a domicilio, en un barrio de Miramar, La Habana.

“Lavo y plancho para la calle desde los 14 años. No cobro mucho y no soy abusadora. Me gusta dejar la ropa bien limpia, luego la plancho y la vienen a buscar. Aquí en Miramar tengo varios clientes fijos -incluso un matrimonio de militares-, que me traen desde pantalones, camisas, blusas y vestidos hasta ropa de cama. A la gente le gusta como lo hago, porque no le abro huecos y tampoco las mancho. Restriego suave y enjuago bien. Las lavo por separado como en la lavandería, pero a mano. Mucha gente de este lugar tiene mucho dinero. Algunos me pagan por el bulto, y otros por pieza. Yo cobro 5 pesos por cada una, pero los pitusas (jeans) los cobro a 10 pesos”.

Desde niña, Berta se acostumbró a realizar labores en el campo y cocinar con leña. Es natural de El Roble, un pueblito aledaño a la provincia de Las Tunas. Sin embargo, desafiando las dificultades para conseguir pasaje en ómnibus, viaja a La Habana a pasarse largas temporadas en casa de una hermana que es viuda y vive sola.

“Aprendí a leer y escribir, no hice más estudios y a nadie le preocupó. He vivido para trabajar. Allá en mi pueblo cocino con leña, porque no hay gas, tampoco han repartido las ollas eléctricas ésas que dicen por el noticiero. Mi esposo y yo nos pasamos el tiempo oyendo el radio, no tenemos televisor. Y ni soñar comprar uno con lo caro que están en la shopping”.

El esposo de Berta tiene 96 años. Los dos siempre hacen el viaje juntos, pero esta vez se tuvo que quedar en Las Tunas por no tener un par de zapatos en buen estado. El único par que posee ya está muy deteriorado.

"Tuve cuatro hijos y una se murió de meningitis. Los que quedan me ayudan en lo que pueden, pero ellos tienen sus familias, y a mí no me gusta depender de ellos. Mientras Dios y mi salud me ayuden, me buscaré lo mío.

“Vengo a La Habana porque allá la gente no paga por el lavado y planchado. También coso y arreglo ropa de niños. Enseguida que llego compro huevos y aceite, que son caros en mi pueblo. Hace más de dos años que estoy ahorrando pues mi casa es de madera y las ventanas y las puertas se las está comiendo el comején, y me voy a quedar sin casa.

"No tengo ninguna ayuda de la Seguridad Social, y a mi esposo solo le dan 200 pesos, a pesar de haber trabajado 30 años manejando un camión. ¿Ves esta ropa que tengo puesta?. Ésta y otra muda son las únicas que tengo, cuando lavo una, me pongo la otra”.

Así es la vida de un anciano hoy en Cuba cuando no recibe una remesa familiar que al menos le alivie sus necesidades básicas. Y cuando un gobierno es ciego y sordo ante aquellos cubanos que nunca trabajaron en instituciones estatales.

Texto y foto: Marcia Cairo
Cubanet, 1 de junio de 2015.

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