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viernes, 17 de abril de 2015

Las primeras presas políticas cubanas (IX) Doris Delgado "Japón"



Doris Delgado, Japón

Testimonio tomado del libro Todo lo dieron por Cuba, de Mignon Medrano, Miami, 1995.

Nieta de chinos, Doris Delgado tenía un tipo exótico cuando se unió a los rebeldes que peleaban en la Sierra Maestra. Era muy menudita, pesaba solo 92 libras y llevaba una melena negra cortica. Un día, mientras descansaba en un bohío, se le acercó un periodista americano llamado Anderson que había subido a la Sierra, le tiró una foto y le dijo que parecía 'una japonesa'. Dora había sido monaguillo y cumplió misiones durante un año, ayudando al padre Francisco Guzmán, que trabajaba con el obispo de Santiago de Cuba, Monseñor Pérez Serantes. El 1 de enero de 1959 la sorprendió en el central Contramaestre, cerca de su área de operaciones con el Tercer Frente Oriental.

"Al día siguiente, el padre Guzmán iba a dar la misa en Santiago de Cuba. Allí estaban Raúl Castro y Manuel Piñeiro, Barba Roja, quien dijo que no se podía celebrar la misa. El padre Guzmán decidió que nos fuésemos para la iglesia del Colegio Dolores y me dijo: 'Mira, tú eres muy jovencita, hemos luchado y la única esperanza que tenemos es que Fidel Castro no tome el camino equivocado'. Yo era estudiante y jugadora de softball, acababa de cumplir 20 años y no me arrepentía de haber conspirado contra la dictadura anterior. Cuando el padre me dice eso, le contesto: 'Pues ya estamos virados, a trabajar, a ver si esto se endereza".

En la Sierra, el propio Fidel Castro le dio un pase para la tropa Mariana Grajales, pero ella no formaba parte de la tropa, si no del grupo de Olguita Guevara, Violeta Casals, Ricardo Martínez, Jorge Enrique Mendoza, Orestes Valera y Alicia Santa Coloma. Allí conoció a Errol Flynn, que se encontraba de visita en Cuba, tratando de hacer una película, pero la actriz Violeta Casals le puso tantos requisitos y le exigió tanto dinero que el proyecto de filmación se vino abajo. A principios de 1959, la revista Bohemia publicó una foto de Errol Flynn con ella en la Sierra Maestra. Un día, mientras preparaba arroz frito, en vez de Japón, el actor la llamó Japonesa. No fueron ésos sus únicos nombres de guerra. Cuando un año más tarde salió de Miami para infiltrarse en Cuba, el jefe de la operación, Ramón González, le dijo que como Japón y Japonesa estaban identificados con ella, para el clandestinaje se llamaría Gina.

"Ya en 1960 yo había conspirado extensamente en el giro del transporte con camioneros, porque mi cuñado tenía camiones. El padre Guzmán temía por mí y me decía que dondequiera que me escondiera, me iban a agarrar. Y a dos camioneros y a mí nos llevó a una entrevista con Mr. Smith, en la embajada americana. Al día siguiente, Mr. Smith me dijo que a mí me daba la salida, pero a los hombres no, pues alguien tenía que quedarse para tumbar a Fidel. Le agradecí sus atenciones y le dije que 'si ellos tenían que coger pa'l Escambray, yo también me iba'. Nos dieron los papeles a los tres y al día siguiente, 7 de octubre de 1960, salimos para Miami por Varadero.

"Me fui a vivir a New Jersey, y allí me inscribí en el Ejército de Liberación, pero después de hacerme las placas me dijeron que las mujeres no iban. Mis dos compañeros sí fueron a la invasión. El 31 de diciembre de 1960 volví a entrar a Cuba y el 1 de enero conocí a Bernardo Corrales, vino el alzamiento de Pinar del Río, rompimos el cerco y nos echaron encima 32 mil milicianos. El 5 de agosto de 1961 cambiaron la moneda en Cuba y la cosa estaba muy mala, no había quien te escondiera. Fui a parar a casa de mi hermana y en media hora, disfrazada y todo, me cogieron Tony Santiago y Eduardo González, pero no me asociaron con Gina, la alzada de Pinar del Río.

Cuando agarraron a los muchachos en Playa Girón, sospechaban que yo estaría allí. Me acusaron por lo del transporte y por salida y entrada ilegal al país. En el juicio en La Cabaña, en la Causa 538 de 1961, que llamaron de unidad porque incluyeron a varios grupos de acción, con la Dra. Dora Rivas como defensora, me condenaron como La Japonesa a 30 años. Ese mismo día, en ausencia, en Pinar del Río me condenaron como Gina a 20 años.

"En total me condenaron a 50 años de prisión. Inicialmente me llevaron al Confidencial del G-2, frente por frente al Malecón, y como a las cuatro de la mañana comenzaron a hacerme el papeleo. De un cuartico con rejas sacaron a las tres muchachas acusadas del incendio de la tienda El Encanto, Ada González, Dalia e Hilda Herrera y a varias personas más, y me metieron a mi sola en el cuartico. Sabían que me familia estaba afuera y me chantajeaban con eso y cada dos horas me llamaban para interrogarme. Un proceso fuerte que duró como un mes. Me llevaron para Guanabacoa y recibí la visita de la abogada Dra. Rivas.

"El 15 de septiembre me vino a buscar un carro patrullero y me dejaron en una casa donde inexplicablemente estaba yo sola. Tras varios días, empezaron a traer gente, habían apresado a muchos, Griselda Nogueras, Lydia Pino, Guillermina García La Flaca, Alicia Álvarez, María Antonia, la gente del avión... La única que yo conocía de antes era a Caridad Fernández López, que había sido bailarina de Tropicana. Empecé a desesperarme y reclamaba que me devolvieran a Guanabacoa, pero ignoraban mis protestas. Entonces grité que me iba a declarar en huelga de hambre y se me unieron todas las demás. Me devolvieron a Guanabacoa. Recuerdo que era la noche del 27 de octubre, víspera de San Judas Tadeo, y las muchachitas habían conseguido flores.

"Yo estaba en Guanajay cuando murió mi mamá. Llevaba cinco años de cárcel y durante ese tiempo solo la pude ver cuatro veces. Fue cuando estuve en la celda tapiada con Pilar Mora. A Pilar le quitaron de la pared el retrato de su hermano Menelao Mora, muerto en el ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957. Formamos una tremenda fajazón y a todas nos llevaron castigadas. Cuando las que quedaban se enteraron de esto, empezaron a dar un toque de lata y a romper cosas, lo mismo hicimos nosotras cuando las castigaron y ellas.

"Fue entonces que se ahorcó Alba, una presa común. Las comunes tenían su propio pabellón y estaban clasificadas. Esta muchacha, muy fina y muy callada, era de Mayarí y le traían a su hijito de visita. Ella tuvo un problema con Irma Vargas, otra común, y como castigo mandan a Alba a servirnos la comida en la tapiada. Ella le pidió al director, un hombre joven, que no dejara que su hijito la viera con el uniforme de castigo. El día antes de la visita todavía no le había contestado, le volvió a preguntar y le dijo que le avisaría. Cuando a las cuatro de la tarde vino a la tapiada, a traernos un poco de agua, nos aconsejó que nos portásemos bien. Extrañadas, le preguntamos si la iban a trasladar y nos dijo: 'Sí, creo que sí'. Una hora después la encontraron ahorcada en su celda.

"Nuestra prisión fue muy dura. Pero lo peor fue la muerte de mi madre. Y si peleando por Cuba no puedes alzarte en el monte, es mejor estar desafiándolos en la cárcel. Recuerdo que hice una pelotica con un cordel y un pedazo de lona de un catre y cuando salíamos al patio jugábamos a la pelota con un palo. Un día, recién sacadas de un castigo, el jefe de prisiones, Manolo Martínez, nos trajo unos bates y pelotas, para congraciarse con nosotras. Le dije que no aceptaba nada de ellos, que ellos nos daban castigos, patadas, dolor... Se enfureció tanto que me iba a venir para arriba, pero el director vio la situación y lo paró. Si me llega a tocar, le parto el bate en la cabeza. Cuando estás en una tapiada es cuando entra Dios. No es que tu lo llames, entra él solo, viene a ampararte.

Únicamente así soportas golpizas, como la que nos dieron cuando respaldamos a los hombres en La Cabaña. Un guardía le iba a dar un machetazo a Teresita y yo quise parar el golpe y quitarle el machete, pero allí estaba Miguel Toledo, que me dio una patada tan fuerte en la cara que me rompió el músculo facial completo. Durante tres meses tuve la cara irreconocible, la parálisis facial me duró un año. Me desbarató la cara. La herida se me infectó y todavía lo estoy padeciendo, a pesar de los tratamientos. Ni siquiera puedo vivir con mi hermana en New Jersey porque no puedo resistir el dolor del frío en la cara. Perdí muchos dientes y los que me quedan están flojos. Entre tantas tapiadas y golpizas, esa patada fue la que desgració mi cara y mi vida".

2 comentarios:

  1. Gracias una vez más querida Tania Quintero por esta extraordinaria serie.
    Conocí a Japón en el verano de 1980 en Miami, cuando ella trabajaba para el Censo Federal en una oficina en la calle 8 y la 27 Avenida del SW. Era inteligente, sabia, una narradora impactante con ese acento oriental tan hermoso, tan bien modulado me remontaba a sus luchas en las ciudades, en el monte y en las cárceles. Siempre fué, igual que todas las demás muy paciente y dulce conmigo, hija de preso politico que queria saberlo todo, vivir a través de sus relatos esa etapa tan dura de nuestra historia.

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  2. Disculpen Tania y los lectores la mala redacción. Es la emoción y no lo niego mis limitaciones redactando en Castellano.
    Gracias.

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