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viernes, 10 de abril de 2015

Las primeras presas políticas cubanas (VI) Reina Peñate



Reina Peñate

Testimonio tomado del libro Todo lo dieron por Cuba, de Mignon Medrano, Miami, 1995.

Cuando Fidel Castro tomó el poder, Reina Peñate trabajaba como operadora de computadoras en el Ministerio de Educación, y sus esperanzas de que se lograría vivir en un régimen de derechos se desvanecieron tan pronto comenzaron a funcionar los paredes de fusilamiento sin juicio previo, las arbitrarias confiscaciones de propiedades y los desmanes de los nuevos amos.

Su descontento se fue haciendo evidente hasta el punto de confiar sus afanes conspirativos en Pepito Argibay, amigo desde la infancia y ahora comandante castrista, quien era visita frecuente de la familia Peñate en el central Preston, en Oriente. Argibay fingió involucrarse en el viaje clandestino de unos jóvenes que harían contacto con grupos contrarrevolucionarios en Miami, ofreciéndose a llevarlos, conjuntamente con Reina, hasta el barco que esperaba en las costas de Pinar del Río. Quienes los esperaban eran agentes del temido G-2. Ajena a lo que habría de suceder a bordo, Reina regresó a su casa. Tras varios días sin recibir confirmación desde Miami, Reina comenzó a inquietarse e hizo contacto con otros conspiradores para implementar un plan de acción.

"Es la parte más dura de todo este proceso, la traición. Es primera vez que cuento este episodio. Cuando Argibay me recogió en su auto, fue cuando le indiqué la dirección donde tendríamos la reunión, en El Vedado. Poco antes de llegar al sitio, me dice 'Déjame parar un momento en casa de Lydia Castro'. Lydia es prima hermana mía y a su vez, media hermana de Fidel, pero no por el lado mío. Fidel no es nada mío. Alegando que tenía un recado que darle a Lydia, Argibay se bajó del carro y enseguida regresó. Comenzó a arrancar el motor y a quejarse de que el auto estaba ahogado. El carro caminaba un poquito y se paraba. Cuando pudimos llegar a la esquina donde nos esperaban los muchachos, no estaban allí. Ya los había recogido el G-2. Toda indicaría que yo los había entregado, pero al final ellos supieron toda la verdad. Cuando estuvo en casa de Lydia Castro, Argibay alertó al G-2.

"Aprovechando mi amistad con la embajadora de Panamá, comencé a gestionar mi asilo. Decidí irme y continuar ayudando desde fuera. No volví a ver a Argibay, pero él seguía de cerca mis pasos. En una incursión que hice a Calabazar el 17 de mayo de 1961, me apresaron junto con el matrimonio al que yo estaba visitando, quienes no sabían de mis actividades. Entre el G-2 de Quinta y 14, Miramar, y otra instalación similar, pasé mis primeros veintipico de días detenida, hasta que me llevaron para la cárcel de Guanabacoa.

"El juicio en el cual nos encausaron a los cuatro muchachos y a mí fue una completa pantomima. Tanto el fiscal como los otros, estaban casi dormidos, con los pies puestos sobre las mesas, indiferentes a todo, un show mal preparado. Me sentenciaron a 9 años. Guanabacoa fue la prisión preventiva y de ahí me trasladaron a Guanajay, que era la cárcel para mujeres. En el G-2 dejé mis primeras libras. El despotismo y aquella comida indigente, tirada en platos de metal, me sirvieron de introducción a lo que me esperaría en Guanabacoa antes de iniciar el recorrido por varias cárceles. En Guanajay entré al pabellón B, estuve siempre entre las rebeldes y cogí muchos golpes. Como castigo por el intento de fuga de ocho muchachitas, a 65 de las rebeldes nos llevaron para Baracoa, Oriente, donde estuvimos en condiciones infrahumanas. Pero veníamos de Guanajay, una prisión que por muy pacifista que una sea aprende a defenderse, a contraatacar, a luchar con uñas y dientes por la propia supervivencia.

"Irónicamente la llamaban América Libre, pero cuando llegamos a esa granja, a las muchachitas las avasallaban demasiado, tenían que hacer el recuento a las 5 de la mañana y a esa hora salir a trabajar. Todo era muy estricto. Pero llegamos nosotras gritando Abajo el comunismo y negándonos a salir a trabajar y empezaron las confrontaciones. Ya no podían seguir chantajeándonos con ponernos con las comunes. Estábamos bien plantadas en lo nuestro. Aún así, los abusos eran frecuentes. Cuando la pelea por el sketch sobre Fidel, Celia y el Che, para hacer reír a las muchachitas, antes de empezar la obra, Emma Rodríguez y yo estábamos cantando, cuando entró la milicia, arrancó el telón y empezó el zafarrancho de combate.

"Cuando nos dieron una fuerte golpiza, por respaldar la huelga de los hombres en La Cabaña, a Gladys Chinea le dieron unos latigazos por la espalda con cables eléctricos torcidos. A Mercy Peña le pusieron los senos negros y a La Chavalita la cara negra. Corríamos para alante y para atrás y cuando un miliciano grandísimo fue a darle a Clarita González, se me ocurrió tirarle una piedra y me dieron un palazo tal por la espalda, un brazo y una nalga que los tuve negros mucho tiempo. En la nalga se me formó un quiste que tuvieron que abrírmelo. La atención médica era pésima. Tuve una fiebre altísima y me llevaron al hospital y el médico me hizo orinar en un pomito. Lo miró a trasluz y me dijo: 'Ah, sí, tiene infección en la orina'. Y me dio una pastilla y un vaso de agua. Eso fue todo".

Con una voz tenue, a veces inaudible, Reina Peñate narró su recorrido por las prisiones castristas. Cuesta asimilar cómo una mujer tan suave, tan femenina, se convirtió en una de las presas más rebeldes contra el sistema carcelario que maltrató y humilló en lo más íntimo de su sensibilidad a estas valerosas cubanas, en un desmedido esfuerzo por deshumanizarlas y convertirlas en no personas.

1 comentario:

  1. Gracias una vez más querida Tania por el reconocimiento a las ex presas politicas cubanas. Reina Peñate es una muy querida y admirada amiga. Uno de esos cuatros muchachos que conspiraron junto a Reina y que posteriormente fueron juzgados y condenados fué mi padre Carlos Glz Blanco.

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