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domingo, 3 de junio de 2012

Recordando a Cathèrine Gittis (I)


Por Tania Quintero

Una lectora cubana leyó en mi blog un trabajo titulado Adiós, RDA, y por correo electrónico me envió una macarrónica traducción en español de La historia de Catherine Gittis: No hay ninguna lápida en su tumba (Die Geschichte der Catherine Gittis: Es ist kein Stein auf ihrem Grab — Der Freitag), publicado por Frank Rothe el 13 de julio de 2001 en Der Freitag.

Esa lectora conoció a Cathèrine Gittis cuando vivió en La Habana, en el Reparto Flores y tuvo la amabilidad de enviarme una foto del edificio como actualmente se encuentra, la misma que encabeza este post.

A la periodista Cathèrine Gittis -su nombre es francés, no alemán, por eso lleva acento invertido en la è- la había conocí en 1977, en la oficina de Ángel Guerra, director en ese momento de la revista Bohemia, quien me mandó a buscar a mi redacción, porque ella quería hacer unos reportajes en colaboración con un periodista cubano y fui la escogida. En 1978, por haber investigado y publicado en Bohemia una serie sobre los alemanes antifascistas que vivieron en Cuba durante la II Guerra Mundial, fui invitada tres semanas a la República Democrática Alemana (RDA), en junio de 1979.

En 1981, la Gittis viajó a La Habana con sus hijos Marcos y Andreas, a quienes yo había conocido en su casa de Berlin dos años antes. Marcos entonces tendría unos 12 años y Andreas 10, los dos muy bonitos, pero Andreas más, con unos intensos ojos azules. De aquel viaje traje dos fotos carnet que ellos me regalaron y aún conservo. Los tres me atendieron muy bien e hicieron agradable mi estancia en su casa y en su país. Vivían modestamente, en el primer piso de un edificio un poco alejado del centro de Berlín, el bus paraba muy cerca. No muy lejos quedaba el cementerio, no sé si era el mismo donde ocho años después fue enterrada Cathèrine y donde debe estar enterrado Andreas, o era el cementerio judío, a donde ella un día me llevó.

La semana que estuve en su casa me quedé a dormir en el cuarto, pequeño, pero cómodo, donde se quedaba Ruth, la madre de Cathèrine, cuando por unos días dejaba su residencia para ancianos en Dresden, un edificio que parecía un hotel, y se pasaba unos días con su hija y sus nietos. Marcos y Andreas tenían su cuarto, con una litera y suficiente espacio para estudiar y jugar. Cathèrine tenía el suyo, el mismo de cuando estuvo casada con Vangelis, el padre de sus hijos, ciudadano germanooriental de origen griego e ingeniero de profesión.

Yo había llegado a Berlín un domingo por la tarde y al día siguiente, lunes por la mañana, y sin reponerme del cambio de hora, Cathèrine me llevó en su Trabant a Cottbus. Me acomodé en el asiento delantero, detrás, el fotógrafo, Pierre Guillaume. Pierre era hijo de Günter y Christel Guillaume, un matrimonio que en ese momento desconocía que se encontraban cumpliendo prisión en la RFA, acusados de espiar para la RDA.

Cathèrine regresó a Berlín con Pierre. En Cottbus visité una escuela donde estudiaban niños chilenos y uruguayos. Conversé y me tiré fotos con alumnos de un aula donde la maestra era Marina Arismendi, hija de Rodney Arismendi, secretario general del Partido Comunista de Uruguay. Cathèrine había hablado con Marina para que esa noche cenara y me quedara a dormir en su casa, un apartamentico que compartía con sus dos hijas, no muy lejos de una unidad militar soviética. Recuerdo que en una página de Bohemia me publicaron una foto comentada, donde se veía a los dos hijas de Marina en una labor bastante novedosa para mí entonces: la recogida de materias primas por parte de escolares.

De Cottbus viajé en tren a Dresden, donde Cathèrine me esperaba. En un taxi, un Volga soviético de color claro, fuimos a conocer a un amigo alemán con el cual yo me carteaba desde 1961. Esa noche me quedé a cenar y dormir en su casa, donde vivía con su esposa, un viejo edificio de madera con baños colectivos. Al día siguiente fui con Cathèrine a conocer al pintor Gert Caden, quien durante su estancia en Cuba, en los años 40, estuvo al frente del Comité de Alemanes Antifascistas. Fuimos a su estudio, en el centro de Dresden, tenía más de 80 años, pero se encontraba lúcido.

Estuvimos como una hora, ella me sirvió de intérprete. Después tuvimos un encuentro en la redacción de la Revista RDA en español, que se vendía en Cuba. En un número me habían publicado un reportaje sobre una cooperativa agrícola de Cabaiguán, cuyo presidente había estudiado en la RDA. En la redacción de la revista, en Dresden, nos tiramos fotos y tomamos café, acompañado de galleticas dulces, una costumbre rara para los cubanos, pero no para los alemanes y europeos, quienes toman café o té con cosas dulces.

Con Cathèrine regresé a Berlin, en tren. Nos dirigimos a su casa, recogí mis cosas y a partir de esa semana y hasta mi salida de la RDA, estuve hospedada en el hotel Unter den Linden, situado en la avenida del mismo nombre, y desde donde se podía ver la Puerta de Brandenburgo. Faltaban diez años para que se cayera el Muro de Berlín y Alemania volviera a ser lo que siempre fue, una sola nación.

En esas dos semanas como enviada especial de Bohemia, tuve un Lada de color verde, con asientos recubiertos de una piel blanca y carmelita, que imitaba la de un animal, pero muy calurosa, porque en junio, cuando viajé a la RDA, era verano. A mi disposición tenía un chofer que no hablaba español y tenía el biotipo de un campesino (aunque después de saber que Cathèrine era media hermana de Markus Wolf, el jefe de la Stasi, a lo mejor el chofer era un 'seguroso') y una traductora, rubia y con la cual tuve algunos encontronazos. Además de Berlín, Cottbus y Dresden, conocí Erfurt, Leipzig y Postdam.

De ese viaje a la RDA en Bohemia publiqué 50 páginas, si se hojean los números a partir de julio de 1979 se pueden leer. Lo primero que publiqué fue una serie titulada El país de los cochecitos. A casa de Cathèrine volví dos o tres días antes de regresar a Cuba, a buscar el dinero que me habían dado para el viaje y que la mayor parte ella me lo había guardado en una de esas cajas fuertes que casi todos los alemanes suelen tener en sus domicilios. Antes de regresar al hotel, fui a una tiendecita que había por su barrio y compré varios pañuelitos de mano, que mi madre me había encargado. A mis hijos les había comprado ropa en una tienda para niños y jóvenes, situada en la avenida Unten den Linden, a unas diez cuadras del hotel, pero en sentido contrario.

Volviendo a ese viaje de los Gittis a La Habana en 1981. Aunque en nuestro apartamento en la barriada habanera de la Víbora no teníamos condiciones, esas dos o tres semanas que Cathèrine estuvo en Cuba, por primera vez con sus hijos, se quedaron en nuestra casa. Dormían en unas colchonetas o sacos de dormir que ellos trajeron, en el piso de la sala o en la terraza: era el mes de julio y había mucho calor. Marcos tenía ya 14 o 15 años y Andreas 12 o 13. Pese a las dificultades materiales, la pasaron bien.

Aunque desde que la conocí me di cuenta que Cathèrine era una mujer de carácter difícil, durante la estancia en nuestra casa tuvo un buen comportamiento, si bebió ron o cerveza lo hizo fuera, porque nosotros no tomábamos bebidas alcohólicas. Lo más raro que hizo era andar descalza, y por eso siempre tenía los pies sucios.

En 1982 o 83, no recuerdo bien, Cathèrine se preparó para volver con sus hijos a La Habana. Me dio mucha pena y le dije que esa vez no podía tenerlos en mi casa, porque se había agudizado mucho el problema del agua y mi madre no estaba bien de salud. A ella no le gustó que no la pudiera recibir, y habló con una amiga, Norma Torrado, ex asistenta de Santiago Álvarez en el ICAIC, y ella los acogió en su casa, a donde una vez fui, en el Vedado. Luego estuvieron parando en la casa de Noemí, una cubana que vivía por Santos Suárez. Allí la visité en una ocasión. Poco a poco nos fuimos distanciando. No recuerdo si ellos regresaron a Berlín y luego volvieron, con un permiso de residencia permanente, o ya ese año se quedaron viviendo en La Habana.

Algunas veces Cathèrine me llamó por teléfono. Y sería en 1986 u 87, cuando le conté que Fidel Castro me había recibido en su despacho. Me pidió que fuera a su casa, para que le contara detalles. Ella y sus hijos estaban viviendo en un apartamento en el Reparto Flores, en el primer o segundo piso de un edificio de microbrigada (en la foto se puede ver). Me pasé varias horas en su casa, almorcé con ella arroz, huevos fritos y ensalada de tomates, pero en todo ese tiempo no vi a Marcos ni a Andreas.

Por teléfono no se lo había dicho, pero el día que fui a verla, le llevé una copia de un cuestionario, con preguntas bastante críticas, que había enviado a Fidel Castro, y que él nunca me respondió ni me dio acuse de recibo. Cathèrine se quedó con la copia y si no la rompió, pueden que aún estén en esas cajas que cuando la Stasi se enteró que se había suicidado, apresuradamente se llevó de su apartamento en Berlín (en la segunda parte y final pueden leer una versión de lo publicado sobre su muerte en 2001).

Ésa fue la última vez que vi y hablé con Cathèrine Gittis. Ella me había hablado mucho de su madre, Ruth Hermann, pero nunca de su padre, Friedrich Wolf, médico, escritor y político (1888-1953). Tampoco de sus tres medios hermanos, los tres de apellido Wolf, muy conocidos en las dos Alemania: Markus, el jefe de los servicios secretos de la RDA (1923-2006); Konrad, cineasta (1925-1982) y Christa, novelista (1929-2011).

Pese a su compleja personalidad, la Cathèrine que yo conocí era una mujer sencilla, vivía modestamente y, al menos en mi presencia, nunca alardeó de sus relaciones con gente famosa, como eran sus medios hermanos por parte de padre.

Una sola vez, hablando tarde en la noche en la terraza de nuestro apartamento en la Víbora, me contó que nunca se adaptó a ser alemana, que a ella donde le gustaba vivir era en Cuba, Nicaragua o Chile, países que conocía bien. También me dijo que el socialismo no era como ella lo había soñado y me señaló algunas de las deficiencias que le encontraba al socialismo de la RDA y al de Cuba. Una conversación sincera, sin catarsis ni que pusieran en evidencia, alguno de los grandes traumas e interrogantes que le rodeaban y que yo desconocía.

Nunca pensé que su salud mental se fuera a deteriorar de tal manera en Cuba ni que tuvieran que internarla en un psiquiátrico en la RDA. Muy triste para mí fue saber que cuando parecía se iba a recuperar y comenzar de nuevo a trabajar como periodista, decidiera suicidarse, el 4 de septiembre de 1988. Tampoco pude imaginar que Andreas, aquel niño cariñoso de ojos azules se autodestruyera de la manera que lo hizo. Jamás supe que ya en La Habana se había descarriado y que terminó de perderse cuando regresó a Berlín, la ciudad que lo vio nacer y morir.

Por internet he sabido que Marcos Gittis es fotógrafo profesional. Al haber sido más fuerte de espíritu que su madre y hermano, parece que ha logrado encaminar positivamente su existencia. Le deseo éxitos. Y a Cathi, como le gustaba que la llamaran, y a Andreas, que hayan logrado la paz que en vida no encontraron.

1 comentario:

  1. Una historia muy triste, como todo lo que viene de esos países y de aquellos años. Gracias.

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